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Rafael Courtoisie
Un loco es alguien que está desnudo de la mente. Se ha despojado de sus
ropas invisibles, de esas que hacen que la realidad se vele y se desvíe. Los locos
tienen esa impudicia que deviene fragilidad y, en ocasiones, belleza. Andan solos,
como cualquier desnudo, y con frecuencia también hablan solos (“Quien habla
solo espera hablar con Dios un día”).
Más difícil que abrigar un cuerpo desnudo es abrigar un pensamiento.
Los locos tienen pensamientos que tiritan, pensamientos óseos, duros como la
piedra en torno a la que dan vueltas, como si se mantuvieran atados a ella por
una cadena de hierro de ideas.
El cerebro de un pájaro no pesa más que algunos gramos, y la parte que
modula el canto es de un tamaño mucho menor que una cabeza de alfiler, un
infinitésimo trocillo de tejido, de materia biológica que, con cierto aburrimiento,
los sabios escrutan al microscopio para descifrar de qué manera, en tan exiguo
retazo, está escrita la partitura.
Pero desde mucho antes, y sin necesidad de microscopio ni de tinciones,
el loco sabe que el canto del pájaro es inmenso y pesado, plomo puro que taladra
huesos, que se mete en el sueño, que desfonda cualquier techo y no hay cemento
ni viga que pueda sostener su hartura, su tamaño posible. Por eso algunos locos
despiertan antes de que amanezca y se tapan los oídos con su propia voz, con
voces que sudan de adentro, de la cabeza.
Los pensamientos del loco son carne viva, carne sin piel. En el desierto
del pensamiento del loco el pájaro es un sol implacable. El canto cae como una
luz y un calor que le picara al loco en la carne misma de la desnudez.
Pero la desnudez del loco es íntima: de tanto exhibirla queda dentro. Es
condición interior, pasa desapercibida a las legiones de cuerdos cuya ánima está
cubierta por completo de tela basta, gruesa, trenzada por hilos de la costumbre.
El único instrumento posible para el loco, para defender su desnudez, es
el amor. El amor de los locos es una vestimenta transparente. Esos ojos vidriosos,
ese hilo ambarino que orinan por las noches, ese fragor y ese sentimiento
copioso y múltiple que no alteran las benzodiazepinas, que no disminuye el
Valium, permanecen intactos en el loco por arte del amor.
Es un martillo, y una cuchara, y un punzón. Es todo menos un vestido,
no cubre sino que atraviesa, no mitiga sino que exalta. El amor de los locos tiene
una textura, un porte y una sustancia.
La sustancia se parece al vidrio, pero es el vidrio de una botella rota.
[De Estado Sólido, 1996]
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The love of madmen.
Rafael Courtoisie.
A madman is someone whose mind is naked. He has removed his invisible clothes, those that veil and deviate reality. Those who are crazy possess that smut that transforms into fragility and, in occasions, into beauty. They walk alone, like any naked man, and also frequently they speak alone ("Whoever speaks alone is waiting to speak with God one day").
It is more difficult to wrap up a thought than to wrap up a naked body. Those who are crazy have thoughts that shiver, bony thoughts, hard as the rock to which they spin around, as if they were tied to them by a steel chain of ideas.
The brain of a bird is no heavier than a few grams, and the part that modulates the singing is of a size much smaller than a pinhead, an infinitely small piece of tissue, of biological matter that, with certain boredom, the wise men analyse with a microscope to decipher in which way, there can be a musical score written in such an exiguous remnant.
But for a long time before, and without the need of a microscope or stainings, the madman knows that the singing of the bird is immense and heavy, it's pure lead that drills bones, that gets inside of your dreams, that can knock the bottom out of any ceiling, and there is no cement or beam that can hold its fullness, its possible size. That is why some madmen wake up before the sunrise and they cover their ears with their own voice, with voices that sweat from inside, from the head.
The thoughts of the madman are raw flesh, flesh without skin. In the desert of the madman´s thoughts, the bird is an implacable sun. The song falls like a light and a warmth that bites the madman in the flesh of the nudity itself.
But the nudity of the madman is intimate: it remains inside after being overexposed. It is an interior condition, it passes unnoticed to the legions of the sane men whose souls are completely covered by a rough, thick cloth, weaved by the threads of the habits.
The only possible instrument for the madman, to defend his nudity, is love. The love of madmen is a transparent dress. Those glassy eyes, the amber coloured line that they urinate at nights, that heat, and that copious and multiple feeling that is not altered by benzodiazepines, that is not diminished by Valium, they all remain intact in the madman by the art of love.
It is a hammer, a spoon and a bodkin. Its all but a dress, that doesn't cover but that goes through, that doesn't relieve but exalts. The love of madmen has a texture, a presence, and a substance.
The substance is similar to glass, but it is the glass of a broken bottle.
[From Solid State, 1996]
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